miércoles, octubre 25, 2006

Afrodisias Hotel 2

¡Hay gente para todo! ¡Regalarse cuentas viejas de restaurantes! Doña Luisa sólo había ido dos veces a un restaurante ¡y una fue una boda! La boda de Pepe, su sobrino, el hijo de su hermana Engracia... Esa sí que se podía quejar: un marido borracho, años y años fregando suelos para dar de comer a los críos y pagar un cuchitril donde su marido nunca estaba y mejor así, porque cuando aparecía o le daba una paliza o le hacía un niño. O las dos cosas. Cinco en total. De hijos, de palizas le dio más, seguro. Sin embargo cuando el hijo de puta la palmó menudo funeral le hicieron, un entierro de postín y pocas tumbas debe haber en el cementerio tan bien cuidadas como la suya y es que la Engracia siempre ha sido así. Una papanatas.


- Espero que me lleve a cenar porque no he preparado nada...

- ...Y se guardará la cuenta para regalársela el año que viene. Así ahorran y me suben el sueldo.

- ¡Es usted incorregible!


Incorregible, ingobernable, encantador... si hubiera tenido suficiente sentido crítico, la señora Luisa se habría percatado que desde que Emilio y Marta se habían casado, su vocabulario se había enriquecido considerablemente... Hacía diez años que iba a limpiar aquella casa y la consideraba como suya: los armarios los había organizado ella, igual que los cacharros de la cocina y las coladas y la plancha y todo, todo estaba a su gusto. Bueno todo lo relacionado con las cosas de la casa porque ella nunca pondría en su casa esos manchurriones colgados de las paredes ni esos muebles tan raros como de médico..., pero los paños de cocina si que los había comprado ella, con el dinero del señor claro. ¡El señor! Emilio, como quería que lo llamara, un día, esperó a que ella llegara para decirle que se iba a casar y que cuando llegara la próxima vez se encontraría con su mujer y que él no podría estar para presentarlas. Así que Marta y la señora Luisa se autopresentaron, al principio había creído que Marta era la hija de la mujer de Emilio, pero no, Marta era la mujer de Emilio. Cuando se dieron cuenta del error fue la primera vez que se rieron juntas. Y si había albergado algún temor de perdida de estatus pronto se disipó. Marta no tenía ni idea de como llevar una casa así que la señora Luisa continuó haciendo y deshaciendo a su antojo. Sólo había la pega de las camisas de seda. Pero pronto se solucionaría el problema: sólo tenía que ponerlas todas juntas en la lavadora, programarla para una colada con agua muy caliente, y cuando llegara a su casa llamar a Marta para que la pusiera en marcha pues se le habría olvidado hacerlo. Pero lo dejaría para más adelante. No era cuestión de amargarles el aniversario... ¿Y por qué no?

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